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El niño aprende de una manera opuesta a la del adulto, quien estudia la cuestión, reflexiona sobre la mejor forma de solucionarla y después actúa. Generalmente iniciamos un trabajo en la mente y, después de haber recapacitado, utilizamos nuestras manos. El niño empieza actuando, y de esta actividad nace la reflexión. El aprendizaje es el primer movimiento que a la larga se convierte en conocimiento.

Las piedras, las regaderas, la arena, los bloques de madera, los recipientes y las cucharas son los maestros del pequeño. En la guardería y en el parvulario las actividades enseñan y los padres o el maestro están allí para crear el espacio y para darle oportunidades al niño. Si el maestro está muy ocupado con sus propias actividades, haciendo cosas o preparando la comida, el niño también querrá hacer lo mismo, y llegará a aprender por su propia voluntad. La obsesión por el aprendizaje temprano o precoz, un hecho frecuente y evidente en la enseñanza actual, nace de la incapacidad de observar cómo aprenden realmente los niños pequeños y de una completa falta de comprensión.

Aprender imitando

Generalmente, el modo de estudiar de los adultos es intelectual y analítico; el niño, mediante la imitación. El niño imita espontáneamente. Su imitación también incluye los aspectos menos obvios de su entorno: el ambiente, el calor físico y el color, así como la calidez espiritual y el color. La actitud del adulto, sus sentimientos y su integridad también pertenecen al entorno que el niño imita, los cuales asimila y ejercerán una influencia sobre su desarrollo.

Extraído de:
Infancia Natural. Hacia una ecología de la infancia de John B. Thomson. Ed. blume (1997) pág. 48

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